MAPA DE EVENTOS

MEMORIA EN
NEUQUÉN (1994-1997)

OLOR A GOMA
QUEMADA

Crónicas de la violencia neoliberal y las
resistencias en la comarca petrolera

Olor a goma quemada

Esta es la historia del saqueo de la comarca petrolera, de las ciudades de Cutral Có, Plaza Huincul y Zapala. Del saqueo de vidas humanas, de Teresa Rodríguez, de Omar Carrasco y de tantas historias violentadas por el capitalismo neoliberal. Zona de sacrificio que, aún hoy, se rebela y enciende los tiempos por-venir.

Estepa neuquina. En esos paisajes grises y ventosos, donde las cigüeñas del petróleo suben y bajan, suben y bajan, hasta hoy.

Carmen Funes, también conocida como “la Pasto Verde”, vivía donde hoy está Plaza Huincul. En su casa, daba de comer a los viajeros, agua y descanso seguro. Parada obligada para quienes se dirigían a Chile a comienzos del siglo XX. Contaba Carmen que el agua que sus animales tomaban tenía olores y sabores extraños. Poco a poco, llegaron hombres buscando recursos naturales y encontraron la aguada de Carmen como punto de interés. “Lo veo fiero lo del pitróleo; no me parece bien que la gente curiosee lo que guarda Dios dentro de la tierra”1. El petróleo salió en octubre de 1918. Ahí estaría el primer pozo de la comarca petrolera, en el patio de la Pasto Verde: el Pozo Uno y el barrio Uno.

Picada


Sendas estrechas, abiertas
a través de la espesura del
monte o del bosque.
(RAE)

“Camino de tierra para llegar
a los pozos petroleros,
en la estepa neuquina”.
(Rocío)




Piquete


Grupo de personas que intenta imponer
o mantener una consigna de huelga.
Grupo poco numeroso de soldados
que se emplea en servicios extraordinarios.
(RAE)

Un pueblo que corta una ruta o una picada.
Bloqueo físico y económico al circuito
productivo/extractivo, particularmente
en su fase de circulación.




Soldado


Persona que sirve en la milicia.
(RAE)

Omar Carrasco.




Saqueo


Acción y efecto de saquear, esto es, apoderarse
violentamente de lo que hallan en un lugar.
(RAE)


“El gas, les damos el petróleo, la luz le damos de acá... ¿Y
cómo estamos nosotros? Nos pagan así!”, “se están llenando
de plata a costilla nuestra”, “han vaciado YPF, han vaciado
gas del Estado”, “quieren que comamos del basurero”.
(Vecines de Plaza Huincul y Cutral Có, junio de 1996)




“La pueblada fue lo que marcó mi adolescencia y mi futuro profesional. Yo tenía 16 años”.

Postales del frío y el viento

En la vida de Tania, que hoy vive en el barrio Uno de Plaza Huincul, “YPF” no son siglas, sino que es una palabra que resuena a lo largo de su historia. Abuelo materno, abuelo paterno y padre fueron “ypefianos”. Rocío ya no vive en Plaza, pero extraña la Patagonia. Recuerda a sus amigues que, en el 92, con las privatizaciones, se fueron yendo, de a uno, de a una, de a une, de a poco, pero demasiado rápido para sus 7 años. A pocas cuadras de su casa, mataron a Teresa en 1997. El papá, también ypefiano. Ella, hija de ypefiano.

Ese gentilicio, tan común entre les neuquines, marca una pertenencia a un territorio material y simbólico. Una vida hecha en torno a un trabajo: vivir en un barrio de YPF, trabajar en YPF como su padre. Comprando en la proveeduría de YPF. Así fue la infancia de muches jóvenes, hijes de ypefianos. Una nacionalidad que no heredó, porque se desmanteló la tierra y el simbolismo sobre el que estaba construido.

Una realidad que las generaciones jóvenes no conocemos, pero que marcó la de nuestros padres y abuelos. Hoy, el capitalismo flexible y neoliberal nos dice que seamos emprendedoras, colaboradores, que busquemos nuevos horizontes constantemente, que cambiemos de empresa, que seamos monotributistas y que sin patrones es mejor.

El capitalismo industrial, aunque muchas veces romantizado por ingresarnos globalmente al consumo masivo, nunca dejó de implicar la apropiación privada y concentrada de la riqueza económica, ambiental, cultural. A mediados del siglo XX, la lógica empresarial enseñaba a mantener a les trabajadores contentes, no preocupada por su felicidad, sino por su productividad. Buenos salarios, salud, casa para las familias, electrodomésticos para las amas de casa. Ese modelo económico modeló, sin dudas, la sociedad y las familias, configurando formas de “ser hombre”, de “ser mujer” y de ser productives para el extractivismo de hidrocarburos.

Ese capitalismo que conocieron las generaciones de adultes del siglo XX fue vivir para la empresa. “Sí, patrón”, “siempre listo”. Y en el caso de YPF, era también vivir en la empresa, jugar en su club, incluso, para algunos, ir al prostíbulo de YPF 2 . Para otros, también fue dejar la vida para la empresa, envejecer queriendo entrar o morir queriendo volver a ella.

Rocío, hoy, vive en el Valle de Traslasierra. Su mamá era de Basavilbaso, Entre Ríos, maestra normal que fue a trabajar a Plaza Huincul. Su papá, cordobés, migró para trabajar en YPF. Se casaron y vivieron en “campamento Central”, un barrio para operarios. “Todo estaba resuelto”, una vida de club, decía su viejo. Con el primer pozo de petróleo, se funda el barrio Uno. Ahí, en barrio YPF, vivían familias de empleados. Para algunos, era un barrio selecto que aspiraba a tener seguridad privada y status. Para otres, un elemento de identidad. En el barrio, estaban las oficinas, la destilería, el pozo y les trabajadores.

En 1992, el papá y la mamá de Tania la fueron a buscar a la escuela y le dijeron “vamos a una movilización”. “¿¡A una movilización!?”, preguntó ella. “Están por privatizar YPF, tenemos que caminar hasta Cutral Có”. Fue la única niña retirada de su aula y la llevaron en una expedición que, a sus 12 años, parecía insólita. Fueron frente al SUPeH, el Sindicato Unido Petroleros e Hidrocarburíferos. La privatización de YPF estaba en marcha. Indemnizaciones, retiros voluntarios y algunos pocos reubicados en Neuquén. El comienzo del fin del territorio ypefiano: el barrio vacío, la proveeduría cerrada, los pastos altos, casas abandonadas y el club que empezaría a caerse a pedazos.

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“Las puebladas y la vida en Plaza me hicieron militante, a mí y a mi hermana”.

De 4.000 empleades en Neuquén, YPF conservó alrededor 400. El 20% de la población económicamente activa de Cutral Có y Plaza Huincul pasó a estar desocupada.

El Sr. Claris y el Sr. Berazategui, como miles de otros, fueron obligados a aceptar un “retiro voluntario” en 1992. Con el dinero, cada uno puso una empresa que le brindaría servicios a YPF. Muchos trabajadores hicieron eso, a veces asociados entre sí. Algunos prosperaron y muchos no. Algunos compraron un radio taxi. Otros pusieron despensas o canchas de paddle.

La mayoría de esos proyectos, con los años, se fundieron. Y los ex-ypefianos descubrirían, tejiendo esos recuerdos, que hay un mito en la idea de “capital inicial” para justificar la riqueza de la burguesía. Unos pesos de inversión en medios de producción no eran ni son suficientes para elevarnos a otra clase social. Con los años, ese dinero se fue escurriendo entre las grietas de la tierra seca. Y secas quedaban las bocas por el viento y secos los bolsillos.

El papá de Rocío trabajaba en el campo, afuera, en lo que se llama “boca de pozo”. Su área de trabajo era la exploración. Las manos estaban más que curtidas. Devenido trabajador autónomo después de la privatización, tuvo una jubilación muy baja. Peleó junto a otros ex-ypefianos por el porcentaje de acciones de la empresa que les correspondía como empleados, pero a los que la empresa les hizo renunciar cuando aceptaron el “retiro voluntario”. En 2020, les reconocieron su reclamo, aunque el papá de Rocío murió ese mismo año.

Tania dice sobre Plaza Huincul y Cutral Có: “Entre el 92 y el 96, no hubo circulación”. No se movían dinero ni proyectos, no se movían trabajos. La gente se iba, se desgranaba la vida como un diente de león. El futuro parecía incierto. Solo seguían circulando el petróleo, los camiones y el gran capital trasnacional. A eso, les pobladores de Plaza Huincul y Cutral Có dirían: BASTA. Los piquetes cortaron lo último que se movía en la comarca petrolera. Cortes de ruta con pueblos enteros movilizados. Movilizados para inmovilizar al neoliberalismo. Cortar la circulación para que todo cambie. Cortar los caminos para que su historia, su pobreza, su desesperanza, se eleven como grito. Ponerse en movimiento para que la quietud, la calma, la paz mortuoria, se tumben violentamente con el viento.

"Se nos moría la esperanza"

Pequeña crónica del
pueblo que apareció


En el 96 y en el 97, la lucha docente abriría el camino a la pueblada. De hecho, estaban en una marcha docente contra la Ley Federal de Educación cuando empezaron a llamar a cortar la ruta. La hermana de Rocío estaba en la movilización y se fueron a la torre de YPF con la noticia que desataba el fuego. Una vez en la ruta, ya no era una lucha educativa. Era todo el pueblo que aparecía.


“Estaba todo estallado”. Tania se acuerda de la emoción, mucha emoción, cuando se fueron desde la escuela hacia la ruta. Su profesora les dijo que había que ir a la ruta. “La escuela entera se movilizó”. Hoy, Tania trabaja en el ámbito educativo y reflexiona que sería impensable, y hasta punible, que una profesora convoque a sus estudiantes a un corte de ruta. “No daba para más”, “era lo que había que hacer”.

Como dice Didi-Huberman, el pueblo no “está” en ninguna esencia o objeto alguno. El pueblo no “se nace”, sino que aparece. Y cuando lo hace, no va a ser un ente ordenado: se va a exponer como esa masa informe, contradictoria y diversa que es, que necesariamente somos.

Después de la privatización de YPF, habían circulado por la comarca petrolera distintas promesas para reactivar la economía. Una era la construcción de una planta de fertilizantes nitrogenados, con capitales internacionales. Un proyecto que se venía arrastrando como horizonte posible para recuperar algunos puestos de trabajo.

El 19 de junio de 1996, el gobernador Felipe Sapag anunció que no se construiría la planta de fertilizantes. Y encendió la mecha. Las radios repetían la noticia. El dolor y la indignación se esparcían como pólvora. Las docentes ya estaban en un plan de lucha. Y estalló la pueblada. El lugar de encuentro: la torre de YPF.

El 20 de junio, salieron las personas a la calle. “Se nos moría la esperanza”, se escuchaba decir en las filmaciones de la época. Ese día, se conmemoraba la bandera argentina bloqueando las rutas 22 y 17, pero también las picadas. Las barricadas estaban dispuestas y ya no circulaba ningún camión. El piquete más grande se montó sobre la ruta 22, en la llamada “torre de YPF”, un monumento que recuerda aquel primer pozo de petróleo, en el ingreso de Plaza Huincul.

Mujeres, niñes, jóvenes, hombres, ocupaban las rutas, mostraban una situación de pobreza desesperante, denunciaban la insuficiencia de las ayudas estatales y clamaban por respuestas. La primera demanda era clara: pedían la presencia del gobernador.

Quienes eran niñes y jóvenes recuerdan que, muchas noches, salía toda la familia a las picadas para llevar cigarrillos, comida, bebidas calientes. Otros prestaban su auto, que era lo único que les quedaba. Una lucha sin dirigentes ni partidos políticos. Les vecines de la comarca petrolera no le cedían a nadie su representación: se manifestaban en la calle y eran su cuerpo y su voluntad sin mediaciones lo que les representaba.

El 22 de junio, de hecho, se definió por asamblea echar de los piquetes a los políticos tradicionales. El domingo 23, fue al corte de ruta un representante de la iglesia católica e intentó una negociación que fracasó. Sin embargo, hicieron una misa. El cura sostuvo que les vecines estaban “herméticos en su posición”. La gente insistía en que el gobernador debía ir a Cutral Có y Plaza Huincul a dialogar. Como el pueblo estaba ahí, el pueblo se hacía presente y el gobernador tenía que ir. Pero Felipe Sapag no iba. Y declaraba que no pensaba hacerlo.

somos delincuentes”, repetían una y otra vez. Mientras los medios les juzgaban, los gendarmes llegaban en aviones y los políticos judicializaban la protesta. Pero los vecinos, las madres, los desocupados, las familias, insistían: “No somos delincuentes”.

Pasaban los días y las presiones aumentaban. El 24 de junio, les vecines organizades se debatían entre ir a la capital provincial a reunirse con el gobernador -que insistía en no ir- o no viajar y seguir esperando a que él se presente. Tuvo lugar una asamblea para discutir este punto y se hizo, de todos los lugares posibles, en la sede de la Cruz Roja de Plaza Huincul. Una organización global con fines humanitarios, conocida por sus trabajos en zonas de catástrofes y en territorios en guerra. Esa era una excelente descripción de la comarca petrolera: no era medio oriente, no era África central. Pero ahí, en la Cruz Roja, se expresaba el síntoma de una batalla abierta y de una región como zona de sacrificio. La asamblea reunida decidió viajar a Neuquén capital a ver a Sapag, pero el piquete, es decir, la asamblea en el corte de ruta, se opuso a esa decisión. Así de mucho se respetaba la voluntad de les luchadores en la calle.

El 25 de junio, con una madrugada de seis grados bajo cero, llegaba la gendarmería a la ruta 22, junto con una jueza provincial. Tenían la orden de desalojar.

El primer piquete fue rápidamente levantado. Pero, en el segundo, la resistencia y la organización fueron más fuertes. Las imágenes de ese día emulan lo que conocemos del movimiento piquetero posterior: jóvenes con los brazos levantados, con palos y gestos sin miedo, rostros cubiertos por un pañuelo o bufanda. Fuego. Gomas. Resistencia. Aunque la estepa patagónica parece una gran llanura, en realidad, tiene mucho relieve, hondonadas y quebradas. Ahí se escondían los piqueteros, que sorprendieron a los gendarmes con cascotes y gomeras.

"Hay todo un pueblo que esta representandose"

No pasarán



Ese 25 de junio de 1996, les trabajadores resistieron la avanzada de la gendarmería en el segundo piquete, sobre la ruta 22. Solo un punto más de un largo tiempo-espacio de resistencias. Palos, gomas, piedras, fuego para enfrentar camiones hidrantes, gases lacrimógenos y armas. Frente al verdegendarme, el multicolor del pueblo.

El viento, ese aire persistente y helado tan característico de la estepa neuquina, jugó en aquella jornada un papel de aliado mágico, como en las mejores escenas épicas del cine: frenó y devolvió el agua de los hidrantes y los gases que las fuerzas represivas dirigían a les manifestantes.

Frente a la resistencia de les piqueteres, pero también a su firmeza, a su interpelación, a su retórica, se abrió el interés de las autoridades en el diálogo. ¿Quién representa? ¿Quién dirige? ¿Con quién hablar? Un gendarme pedía insistentemente hablar con “un representante”. Gritos y voces le dijeron: “Acá está representado el pueblo, no hay un representante”; “Hay todo un pueblo que está representándose”.

¿Cómo traducirle a un gendarme, entrenado en cadenas de mando, en verticalidad, en obediencias, en modos imperativos, esa experiencia de un pueblo representándose, un pueblo haciéndose pueblo? Se hicieron clase, diría el historiador inglés E. P. Thompson, como experiencia de clase.

¿Cómo explicarle a les polítiques, a los partidos, al gobernador Sapag, esta alquimia que nacía del viento y el asfalto, de los estómagos ardidos de hartazgo y asco? ¿Cómo definir una democracia directa, efímera y para siempre, plebeya, legítima y poderosa, como se vivía en los piquetes?

El poder del piquete fue tal que, frente a la voluntad de diálogo, elevó a la jueza sobre una combi y la puso con un micrófono en la mano; agarrada del brazo de un piquetero que la cuidaba para no caer. Micrófono en mano, en la ruta y de la mano de un piquetero, la jueza pide silencio: “Dado que esto excede a la cuestión delictual que yo he venido a hacer, me declaro públicamente incompetente. Entonces, me retiro yo y las fuerzas que vinieron conmigo también”.

Así, la jueza anuncia que se va. Estalla el festejo en la torre de YPF. La gente se abraza, llora, celebra. En toda Plaza Huincul, se escuchan los gritos de alegría. Irónicamente, la jueza se declara incompetente por entender que hay un delito mayor, de “cedición”, que no era de su competencia. Y, por eso, se retiraba sin efectivizar el desalojo. Les vecines celebran. La jueza vuelve a respirar.

Nunca más claro el concepto de táctica, de organización de les débiles: la jueza se iba, acusándolos de un delito mayor. Pero sus razones no importaban tres pedos. Se iba y se llevaba a la gendarmería. Así, pudieron sostener otra jornada del piquete. Y así, les piqueteres vencieron el desalojo.

La paqueta y perfumada justicia ese día pasó por la ruta, una mañana, un ratito. Y no pudo ser la misma que en los despachos. Llevarlos al territorio “propio”, al piquete, fue una jugada maestra.

Esa misma noche, el gobernador Sapag vuelve a Neuquén de una reunión de gobernadores en La Pampa, por la persistencia de la rebelión. “Yo quiero hablar con la gente”, le dijo a los medios. Cuando llegó a Cutral Có, declaró: “Yo a la ruta no voy a ir porque están cometiendo un delito”. Finalmente, concurrió al acto en la torre de YPF, a las 21 horas de ese día, con les “delincuentes”. Y fueron testigues, les vecines, de la perversión de la palabra:


"Manifestante:
—El agua nos llegó al cuello. No hay trabajo. Nuestro suelo es rico. Pero vienen y nos sacan todo. No podemos darle la leche a nuestros chicos.

Gobernador:
—Yo no tengo la varita mágica para decirles que mañana van a tener trabajo.

No hubo varita mágica que pudiera contener la furia de les manifestantes, que gritaron y lanzaron verdad y dolor al escenario.

Periodista:
—¿Las ciudades tienen que tomar este tipo de actitudes que está tomando la ciudad de Cutral Có y Plaza Huincul para que tenga una respuesta el gobierno?

Felipe Sapag:
—Bueno, se ve que sí. Yo soy un ejemplo.

El miércoles 26 de junio por la mañana, comienza la reunión con 30 piqueteres y el gobernador. Siete años después, ese mismo día, Darío y Maxi, continuando el legado de la rebelión neuquina, eran asesinados en el puente Pueyrredón. ¿Cómo iluminan sus muertes el legado que les vecines dejaron sin saber? ¿Cómo leemos el ir y venir en el tiempo de una pobreza estructural que emergía con rebeldía en Neuquén y que se iría consolidando en los años que siguieron en todo el país?

El 26 de junio de 1996, una mujer de pelo corto lee un acta de acuerdo de esa reunión. La mujer pide una hora y media para que la asamblea tome una decisión.


La asamblea aceptó el acuerdo firmado. Celebró. Y descansó. ¿Cómo decirles, al oído y suavecito, que muy pocas cosas de ese acuerdo serían cumplidas? ¿Cómo susurrarles, sin romper el corazón, lo que seguía? ¿Cómo decirles que, en la torre de YPF, en su torre, la del pueblo aparecido, hoy está la oficina de tránsito, garantizando la circulación?

¿En qué rincón de la memoria guardamos con tanto sigilo esos recuerdos?

Un olvido que tiene
que volver a las bocas.



La generación que fue niña y joven en los noventa no tiene para nada presentes ciertos tópicos, temas, procesos, que fueron fundamentales para las generaciones anteriores. Temas que nuestras madres y padres han dejado de compartir, de narrar en la oralidad de la mesa del domingo. Temas que las escuelas no consideran importantes, porque “memoria” son los presidentes y no los males que nos dejan de herencia. Temas que los medios dejan caer al olvido porque no son agenda.
Anabella siempre nos contaba que su mamá, a finales de los ochenta, contaba las bananas que había en la heladera al irse a dormir la siesta porque, en tiempos hiperinflacionarios, sus hijas no tenían que consumir más de lo previsto. Si eso pasaba, tal vez llegarían a fin de mes con la panza vacía. Anabella contaba sobre el ahorro en ladrillos y el mal humor y la angustia que pintaba las paredes de su casa en construcción. La hiperinflación es un tema que se perdió en las rendijas de la narrativa familiar. Una realidad, un modo de disciplinamiento de la clase trabajadora, que las siguientes generaciones no conocemos.
Otro ha sido el Servicio Militar Obligatorio. ¿En qué rincón de la memoria guardamos con tanto sigilo esos recuerdos? SMO son siglas que no quieren decir nada hoy, pero que construyeron un capítulo de las juventudes masculinas, y de las familias argentinas, durante casi un siglo. Apenas se remueve la tapa de olvido que la oculta, apenas soplamos la tierra sobre esos recuerdos, afloran muchísimas cosas para compartir.
La Ley 4.031, conocida también como Ley Riccheri, fue sancionada en 1901, bajo la presidencia de Julio Argentino Roca. Versaba: “Artículo 1° - Todo argentino debe el servicio militar personal”. Ese “todo” era una abstracción, no numerable, un deber que queda en el Estado hacerlo cumplir o no, y cómo. Pero todes teníamos, en abstracto, una responsabilidad igual en su cumplimiento. La conscripción fue la forma que tuvo a lo largo del siglo XX.
Esta ley, fuertemente debatida en aquel entonces, iba de la mano de la Ley de Educación común, laica, gratuita y obligatoria (1.420). Nacionalismo para les inmigrantes, adoctrinamiento en la patria y conquistas militares de desiertos internos. La cantidad de conscriptos convocados varió a lo largo del siglo de vigencia de la Ley. Y el Servicio Militar Obligatorio fue eliminado el 31 de agosto de 1994.
Lo primero que emerge, cuando preguntamos a nuestros padres o tíos sobre el SMO, es el sorteo. Una vez al año, los nombres de todos los hombres que cumplían 18 o 20 años –según el momento histórico- eran sorteados y se transmitía la lista numerada por radio. Familias, madres, padres, hermanes, anclades para saber qué número les tocaba.

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La disciplina se ejerce sobre otros cuerpos. Y así se enseña. La rebeldía, en cambio, se comparte y se contagia.

Al Negro Barberón lo pelaron en la escuela cuando salió sorteado con número alto, pero, cuando se presentó para hacer la colimba, le dijeron que, por un trámite mal hecho en Migraciones al volver de un viaje de intercambio, no podría ingresar al SMO ese año. El militar le dio una reprimenda, porque se perdía el privilegio de ir a la colimba, pero... a no desesperar: sería sorteado el año siguiente. El Negro, Claudio, era hijo de un militante del PRT asesinado en Córdoba en los setenta. Su mamá, expresa política. Claudio no quería ir con los militares a ningún lado. El año siguiente, toda la familia de Claudio se abrazaba a la radio y sufría los retortijones de la angustia. 171 fue el número que salió y empapelaron la casa con ese número sagrado que coronaba su libertad. Al papá de la Pauli le tocó el 707. Al hermano de Gabriela, el 589. 892, el hermano de Ion. La gente no se olvida del número que le tocó en el sorteo.

El servicio militar era condicionante: no hacerlo podría dificultar la posibilidad de conseguir trabajo, era ilegal no presentarse si salías sorteado. De hecho, la ley establecía penas cuya unidad de medida eran años de servicio en las fuerzas (Ley 4.031, Título XIII, Art. 110). ¿Confiesan, así, que era un escarmiento? Muchos que cumplieron el SMO aprecian haber “aprendido muchas cosas útiles para la vida”. Pero, también, ir a la colimba implicaba poner la vida en pausa, no estudiar ni avanzar en proyectos personales. Además de enfrentar vivencias muy difíciles.

A Germán lo llamaron, pero, una vez adentro, un médico conocido hizo figurar que tenía una pierna más corta que la otra y se fue a los pocos días. Cantidades de convocados tuvieron deformidades y afecciones no previstas en la estadística.

A José Luis lo llamaron y pidió prórroga por estudio. Al terminar la carrera de medicina, se incorporó como profesional y, en esas condiciones, le dieron tareas calificadas. Frente al sorteo de uno de sus hermanos, su mamá le pidió a un militar conocido de la familia que lo hiciera zafar: “Inapto para todo servicio”, constaba en el certificado. ¿Qué habrá sentido Nelly para hacer esto? ¿Qué habrá querido o temido para su hijo?

Juan Carlos compartió que, por ser de la clase 1956, fue exceptuado. Los del 56 y 57 no fueron sorteados, porque se cambió la edad de la conscripción: de los 20 a los 18 años.

Don Vicente, santiagueño de origen, nacido monte adentro, que hoy vive en el conurbano bonaerense, charla con su familia de los recuerdos, de la experiencia de viajar, de salir del campo profundo para conocer otros lugares del país. De sus familiares, hermanos y primos, extrañamente, todos fueron a la colimba: a Salta, a Uspallata, a Zapala, a Río Gallegos. Los primeros recuerdos eran de una aventura. Vicente sabía mucho de caballos en aquel momento y eso le permitió no tener tareas desagradables. Pero se acuerda de que tuvo que volver a su casa sin un peso, robando comida y a dedo. Adentrando en la memoria, empezaron a aflorar los maltratos. Su hijo, Sergio, se pregunta sobre las relaciones entre esa disciplina que aprendieron en el SMO y la que después le hizo falta para sobrevivir en la relación con los patrones del cordón fabril bonaerense. Sus tíos no se olvidan de los nombres de quienes fueron maltratadores y verdugos.

Hijo o nieto de madre viuda. Hombres casados y con hijos. Mala mordida. Cumpleaños en fechas patrias. Problemas de vista. Problemas de espalda. Deformidad en la caja torácica o incorrectas relaciones de talla. Asmáticos. Estos eran algunos de los exceptuados de hacer el SMO. Quienes estudiaron en el liceo militar, tampoco iban al sorteo. Ya habrían tenido su cuota de nacionalismo y disciplina. Los rumores de sobornos y de favores, de distinciones económicas entre los convocados, son repetidas en los relatos.

No hay, por supuesto, una experiencia homogénea del Servicio Militar Obligatorio. Pero sí que hay un verbo que aparece en casi todos los relatos: “Zafó”. ¿Será que no ir al SMO se sentía como escapar de la garra, de una amarra, de algo que aprieta?

Quienes zafaron y quienes no, se han olvidado de compartir y de mantener viva como memoria relevante, como pasado narrado a las siguientes generaciones, las experiencias de la colimba.

“Corre, limpia y barre” forman esa palabra, CO-LIM-BA. Y aunque no hay una experiencia homogénea, hay cosas indiscutibles: el SMO era visto como un pasaje, una experiencia formativa en una identidad nacional, mirando la juventud como algo que debía “enderezarse” y diseñando masculinidades moldeadas en base a la verticalidad y la violencia. Algunos hombres que pasaron por la conscripción hablan de amistades forjadas ahí y de haber aprendido sobre compañerismo. Una experiencia que tenía momentos de ruptura, donde se los “bailaba”, se los rompía para rearmarlos, se los hacía pasar hambre; y momentos de calma, donde cada soldado se establecía en una rutina de tareas. Los primeros días solían ser terribles. Muchos jóvenes lloraban en esos momentos. Omar Carrasco, nacido en Cutral Có, no viviría más allá de esas primeras jornadas en la conscripción.

La disciplina se ejerce sobre otros cuerpos. Y así se enseña. La rebeldía, en cambio, se comparte y se contagia. Pilar Calveiro sostiene que la conscripción diseminó la disciplina en todo el tejido social. Silvia Rivera Cusicanqui habla del servicio militar como un servicio colonial: una conquista de los cuerpos. La disciplina militar, ejercida sobre los cuerpos de los conscriptos. Y así se aprende, a fuego y desde adentro, la voluntad milica. Quienes lo recuerdan con afecto, lo valoran. Quienes lo sufrieron, le temen. Alcoyana-alcoyana. De un modo u otro: fuimos disciplinados, formados y conocedores de los modos esperables de vincularse, en las maneras deseables de ser hombres y de hacer a otros hombres, y en las representaciones sobre la autoridad y las formas de ejercerla. Autoridad -estatal, paternal- demasiado cercana a la violencia.

La disciplina se ejerce sobre el cuerpo y la subjetividad del otro. El soldado debía ser bailado, contra su voluntad y su salud. La rebeldía, decimos, se hace con, se comparte. Les niñes, les jóvenes, aprenderíamos de la lucha con nuestros padres y madres, en la ruta, en el piquete.

Omar

La comarca petrolera tuvo dos muertes que la marcaron a fuego, aunque se esconden muchas más en los boquetes abiertos por el neoliberalismo.

Una muerte es la de Omar Carrasco. A quien no llamaremos más “soldado” porque no lo definía, no lo quería, y, así, fue asesinado. Ese nombre de “soldado Carrasco”, que solo llevó 3 o 4 días, hasta que fue brutalmente golpeado, asesinado y desaparecido.

Con 19 años, Omar fue convocado a cumplir con el SMO en Zapala, Neuquén. Él vivía en Cutral Có, a sólo 78 km. Fue sorteado en el 93 y, el 3 de marzo de 1994, dejó su casa. Entre el 6 y el 9 de marzo, murió por un “baile” que le dieron soldados superiores. El baile es una forma de entrenamiento, naturalizada en la formación de las fuerzas represivas, pero con demasiado olor a tortura. Destinado a disciplinar por el dolor, el sufrimiento. Una experiencia extrema. Un joven espiritual y sensible como Omar tenía que ser re-educado para las masculinidades militares. El “baile”, aceptado institucional y socialmente, suele implicar esfuerzos físicos desmedidos, en condiciones adversas como el frío o la privación de alimento o de sueño. A Omar lo bailaron y lo asesinaron. Vivió solo 72 horas de vida militar, parecidas al terror.

Su mamá se llama Sebastiana y su papá, Francisco. De familia religiosa, dicen que Omar era un chico tranquilo, tímido. Tenía trabajos temporarios en la construcción y otras changas.

Madre y padre fueron a visitarlo en su primer día de franco, dos semanas después de ingresar a la colimba. Y les dijeron que su hijo no estaba, que era un “desertor”. Una historia que, de tan repetida, parece una broma.

No hubo un rincón de dudas en la mente de sus familiares: Omar no habría ido a ningún lado que no fuera a su casa. Hicieron la denuncia por su desaparición. Los ecos de los desaparecidos de los setenta eran demasiado frescos, “no está muerto ni vivo… está desaparecido”, dijo Jorge Rafael Videla en 1979.

El 6 de abril, un mes después, recibieron la peor noticia: el cuerpo de su hijo había aparecido muerto, a 700 metros del cuartel. Un cuerpo que conocen, que vieron crecer, que nutrieron de cariño, de alimentos, de cuidados. Con una metodología de ocultamiento por demás evidente, apareció Omar muerto en una zona que ya había sido rastrillada. El cuerpo fue plantado y aparecía golpeado, dañado, con ropa que no era de su talla. Su único amigo del cuartel se había escapado tras su desaparición. Pero, después, contó lo que vio: tres soldados lo golpearon hasta matarlo.

En Zapala y en Cutral Có, comenzaron las marchas del silencio. Esa modalidad, que aprendieron las familias con el asesinato de María Soledad Morales en Catamarca pocos años antes. Marchas de bocas cerradas, de pieles repletas y de silencio. La muerte de jóvenes inocentes, en manos de poderes instituidos, asesinatos, violencia, llamaban a esa tristeza callada. “Omar Octavio Carrasco. No a la impunidad. Sí a la vida”, decía una pancarta.

¿Habrán orado, sus asesinos, por la clemencia del mismo Dios que Omar veneraba?

Hubo un juicio en el que un subteniente, llamado Ignacio Canevaro, y dos soldados, llamados Víctor Salazar y Cristian Suárez, fueron condenados por la Justicia, el 31 de enero de 1996. Canevaro, a 15 años de prisión; Suárez y Salazar, a 10. También un sargento, Carlos Sánchez, fue condenado a tres años por encubrimiento. Nombres que casi nadie recuerda. Libres desde 2004 y 2000, respectivamente.

Después de ese proceso, cuya velocidad intentaba cerrar un asunto escandaloso, un médico forense presentó otra hipótesis, que nunca llegaría a juicio porque prescribió. Conocida como “hipótesis Brailovsky”, el doctor entiende que Omar no murió en la golpiza, sino que vivió alrededor de 48 horas más. Una serie de recetas médicas y una vacuna antitetánica registradas a nombre de Carrasco, sumado a rastros en su cuerpo no relevados en el primer juicio, sustentan esta teoría. Carrasco habría sido atendido clandestinamente, mal diagnosticado y muerto. Luego, escondido. Luego, tirado en el predio militar. De ser cierta esta hipótesis, involucraría a muchas más personas, militares y civiles, en el encubrimiento.

Cristian Suárez era oriundo de Plaza Huincul. Vecino de Carrasco. Eso dividió fuertemente la sociedad. Víctima y victimario eran vecinos. No sería la única vez que este dolor partiría aguas en la tierra arrasada y que el pueblo vestido de brazo represor del Estado asesinaba a un coterráneo/a y dividía la Patagonia en torno a un fratricidio.

Ya liberado, Canevaro escribió un libro en el que presenta su inocencia. En una entrevista, al diario La Mañana de Neuquén, sostuvo además: "Había un contexto donde se estaba dando el contrabando de armas, explosión en la Fábrica Militar de Río Tercero, la caída de un helicóptero del Ejército en el Campo Argentino de Polo. Yo mismo entregué un cañón que no fue al grupo de artillería, sino que apareció en Croacia".3

Canevaro acusaba de encubrimiento a Carlos Menem (presidente), Martín Balza (jefe del Ejército), y Oscar Camilión (ministro de Defensa). Nombres comunes, idénticos, con los reclamos y denuncias en la causa de las explosiones de la Fábrica Militar de Río Tercero de 1995.

La muerte de Omar se conoce como el empujón final para que el SMO acabara. Hacía años que el número de conscriptos venía disminuyendo. Cada vez, más jóvenes eran exceptuados, cada vez, más convocados no se presentaban ni a la revisión médica. En el 83, el año posterior a Malvinas y último de la dictadura, se convocó a 65 mil jóvenes. En la camada de Omar, los conscriptos fueron 16 mil.

Pero fue el asesinato de Omar el que dio el batacazo a un sistema de adoctrinamiento, que había usado a los jóvenes en las dictaduras y democracias del siglo XX.

El crimen de Carrasco se cuenta en la ciudad de Zapala como “la primera vez que los militares no pudieron avasallar completamente los derechos de los civiles”.4 Carrasco abrió heridas viejas. El miedo trastocó estructuras sociales muy sedimentadas y construyó límites que llegan hasta la piel: los militares tuvieron miedo a la sociedad y al periodismo. Les vecines tenían miedo de manifestarse, de hablar. En esos días, dicen les pobladores que muchos militares andaban en el pueblo con ropa de civil y no de fajina. Dicen que algunos zapalinos se acercaban al barrio militar a gritar “asesinos”. ¿Qué pasó con los otros colimbas, compañeros de Omar, los que hicieron habeas corpus y los que quedaron adentro después de que desapareció y apareció el cuerpo de Carrasco? ¿Qué pasaba por sus cuerpos? ¿Cómo circula el miedo en momentos excepcionales?

La muerte de Omar Carrasco fue como un temblor. El 31 de agosto de 1994, el presidente Menem anunciaba el fin del SMO y, en diciembre, se sancionaba la Ley 24.429 del Servicio Militar Voluntario.

¿Habrán orado, sus asesinos, por la clemencia del mismo Dios que Omar veneraba?

"Voluntario"

Menem murió y les que vivieron en la comarca petrolera sintieron una tristeza nada empática. Como les riotercerenses, mordieron la bronca y murmuraron: “Murió en libertad”.

Cuando se supo del asesinato de Omar Carrasco, el diario Clarín publicaba, el 13 de noviembre de 1994, que 273 varones y 127 mujeres de Plaza Huincul, Cutral Có y Zapala se habían inscripto para hacer el Servicio Militar Voluntario. En los territorios de frontera, en que hay sedes militares o de gendarmería, les pobladores repiten, una y otra vez, hasta hoy, que es una de las pocas salidas laborales para les jóvenes. Lo mismo solemos escuchar en los pueblos donde la minería aparece como “el milagro” que permitirá tener un autito, “progresar”. ¿Cómo se constituye, en contextos de precariedad de la vida, la “libertad” de elegir? ¿Cómo el saqueo organiza diferencialmente los horizontes posibles de vida, segmentados según género, etnia, clase? Esa complejidad nos convoca, hasta hoy, a pensar la vigencia y el legado de la ley del SMO, que estuvo activa por casi un siglo y formó, sin dudas, parte de nuestro sentido común.

Volviendo a mirar la tapa del diario Clarín del 15 de abril de 1994, encontramos una foto del féretro de Omar Carrasco con un cartel que decía "Está muerto" y anunciaba que el presidente deseaba que el SMO fuera optativo. Omar estaba muerto, pero... ¿el SMO también? Las muertes dudosas estaban todavía en agenda en el 94 y el duelo por Omar seguía. Pero los jóvenes de la tierra devastada por el neoliberalismo y el saqueo veían en el SMV una opción.

El investigador del CONICET, Santiago Garaño, recuperaba los fundamentos del Frente Opositor al Servicio Militar Obligatorio (FOSMO). Ya en 1983, decían: “Las características del Servicio Militar Obligatorio no surgen como consecuencia del mal funcionamiento de esa institución. Por el contrario, ellas son consecuencia de uno de los principales objetivos que se le asignó al momento de su creación en 1901: una, la de constituirse en una escuela de moralidad para la ciudadanía, convirtiendo al ejército en ‘un poderoso instrumento de moralidad pública’, y la otra, la de actuar como antídoto contra el cosmopolitismo en una sociedad formada por inmigrantes e hijos de extranjeros” (2010).

El FOSMO fue una organización que se formó al regreso de la democracia, en 1983. Un organismo que tenía como bandera la posibilidad de excepción del SMO a los “objetores de conciencia”. Estos serían aquellos que tuvieran incompatibilidades éticas o religiosas con la guerra y el uso de armas. Desde el FOSMO, tenían registros de 87 muertes dudosas en cuarteles desde finales de la década del sesenta. “En los informes forenses realizados por médicos del Ejército, en general, estas bajas aparecían como ‘suicidios’ o ‘accidentes’”.5 El Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) registraba más de 100 casos de conscriptos desaparecidos durante la última dictadura y denunciaba que habían sido ocultados bajo la figura de “desertores”,6 igual que Omar. El abogado Ernesto Moreau, de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), patrocinó a más de 500 Testigos de Jehová que denunciaron persecución y vejaciones, producto de su religiosidad.

Así, el trato violento no era una novedad en el 94. Pero, después de la muerte de Omar, llovieron denuncias públicas. Y mientras se achicaba la conscripción desde 1983, se achicaba el presupuesto en áreas de Defensa, se vendían las empresas estatales y se multiplicaban las funciones asistenciales del Estado.7

Aunque los militares han sido desprestigiados desde el fin de la última dictadura, y aunque hubo consenso social para eliminar el SMO en 1994, los sectores dominantes renuevan, una y otra vez, sus discursos de adoctrinamiento social a través de la formación de los jóvenes en las fuerzas represivas. Y se profundiza y se hace explícito el perfil de clase de esta propuesta. Armas para quienes no tendrán nada más.

En 2007, el exsenador provincial Alfredo Olmedo propuso la reactivación del Servicio Militar Obligatorio para quienes no estudian ni trabajan. Lo llamó “servicio militar comunitario”, para enfrentar la guerra actual, que, de nuevo, como farsa tal vez, era pronunciada por el político salteño como una guerra interna: contra el alcohol, las drogas y la falta de valores.8 Olmedo recurría en su argumentación a razones que el sanitarista Ramón Carrillo explicaba hacía 60 años: las fichas de los soldados permitían hacer estudios y estadísticas de enfermedades para orientar la salud pública.

“Cultura del trabajo, educación, volver a valorar el plato de comida, respetar la patria”. Mientras los capitales no tienen fronteras, los jóvenes del Sur Global solo tienen límites: sin trabajo, expulsados de la trama social, confinados a su propio barrio o confinados a la cárcel. Olmedo les ofrece a estos jóvenes, que no trabajan ni estudian, ser formados por las fuerzas armadas. Pero hasta ahí llega la promesa de futuro.

En 2019, el gobierno de Mauricio Macri creó el Servicio Cívico Voluntario en Valores, nutriéndose de los discursos que ven en la juventud el gran problema del presente –y no en los adultos que efectivamente lo deciden y lo construyeron– y tomando de las aguas del clasismo que permite a les riques decidir lo correcto para la vida de les pobres. Nuevamente, los llamados “ni-ni” (ni estudian ni trabajan) eran el público destinatario de la política militarista, devenida “voluntaria”. Tal como la Ley Riccheri, prometía funcionar “como un ámbito de cohesión e integración social”.9 La gendarmería era el ámbito de la formación. La misma gendarmería que asesinaba a Santiago Maldonado y perseguía a las comunidades mapuche en esos mismos años, y que hoy garantizan el cumplimiento de las reglas de encierro en contexto de pandemia. ¿Se pueden pensar las políticas represivas separadas de las políticas de empobrecimiento, de despojo?

Según el Ministerio de Seguridad, a cargo de Patricia Bullrich: “Las sedes de Campo de Mayo, Ciudad Evita, González Catán y Mercedes, en provincia de Buenos Aires, junto a las de Córdoba, Santiago del Estero y Río Negro, recibieron a un total de 1.200 jóvenes, de los cuales, 849 mantuvieron su participación a lo largo de todo el curso. En lo que refiere a la franja etaria, el 58% son menores y el 42% restante son mayores de edad”.10

Como en los noventa, como en la última dictadura militar, en 2019, se abrían las puertas a los mercados y capitales internacionales, mientras a los jóvenes les enseñaban sobre nacionalismo.

¿Qué elegirían les jóvenes si realmente pudieran elegir, es decir, si hubiera sobre la mesa una tarjeta de entrada a un trabajo, a una universidad, a un pedacito de tierra para producir o al servicio militar? ¿Qué opciones tienen a disposición para pensar sus futuros posibles y deseables? ¿Qué tan voluntario es el servicio militar? ¿Qué tan voluntarios eran los retiros de los trabajadores ypefianos?

Como decía Eduardo Galeano:
Un cocinero reunió a las aves, a las gallinas, a los pavos, a los faisanes y a los patos. El cocinero les preguntaba: —¿Con qué salsa queréis ser comidos? Una humilde gallina dijo: —Nosotras no queremos ser comidas de ninguna manera. Y el cocinero aclaró: —Eso está fuera de la cuestión.

Teresa es símbolo
de las oprimidas

Teresa

La firma del acuerdo entre el gobernador Sapag y les piqueteres, en junio de 1996, no significó el fin del conflicto. Un largo capítulo de la historia de nuestro país recién empezaba.

Los detalles de las batallas institucionales y populares por el reconocimiento de esos acuerdos firmados después de la pueblada, el cansancio de las familias y la convicción que no saldría de la piel tan rápido marcaron los meses siguientes.

Se declaró la emergencia social y ocupacional en Cutral Có y Plaza Huincul. El gobierno provincial bajó agentes y recursos para paliar la situación. Como sostiene el sociólogo francés Loïc Wacquant, políticas sociales y políticas represivas están más emparentadas de lo que el sentido común cree. Y están, sin dudas, destinadas al mismo público.

Las administraciones municipales tenían una fuerte crisis de legitimidad, que se sumaba a sus disputas internas. Se agregó, a comienzos de 1997, el conflicto docente.

¿A dónde llevó, entonces, a les neuquines esa administración de la pobreza que firmaron en 1996, que intentaba conjurar la amenaza del pueblo movilizado? Llevó a la segunda pueblada.

En 1997, se levantaron nuevamente en la comarca. La lucha se organizó no sólo en torno al acuerdo incumplido, sino, como tantas otras veces, fue motorizada por les docentes, en contra de recortes presupuestarios y enfrentándose a la implementación de la Ley Federal de Educación.

A finales de marzo de ese año, y cuando seguían sin respuesta después de varios días de movilización, decidieron cortar la ruta 22. Las cifras hablaban de más de diez mil personas en el piquete. El 27 de marzo, gendarmería reprimió el corte, atacando a les docentes con gases y balas de goma. Cuentan las épicas patagónicas que les jóvenes de los barrios aledaños defendieron con piedras a sus maestras.

El 9 de abril, el pueblo volvió masivamente a la ruta, con docentes, estudiantes y familias, en una jornada provincial de piquetes. El 12 de ese mes, nuevamente, se ordena un violento desalojo, después de desbloquear la ruta 22, hacia Zapala. Gendarmería persiguió a les manifestantes hacia el interior de los barrios de la ciudad. Les docentes se instalaron en la ruta provincial 17 y se sumó a la represión la policía provincial, en un enfrentamiento que duró largas horas.

Ese día, 12 de abril, muere matan a Teresa Rodríguez. Una bala disparada por un policía de la provincia, que era vecino de Cutral Có, le pegó en el cuello. Teresa tenía 27 años, trabajaba como empleada doméstica. Se dice que ella no estaba en la manifestación ese día, sino que, al momento de su muerte, estaba mirando los enfrentamientos. Su madre, Flor, y su papá, Miguel, afirman hasta hoy que ella creía en la lucha de su pueblo. Madre de tres hijos, humilde. La bala 9mm que la mató no era de goma, no era para asustar. Una bala hecha para matar, disparada contra el pueblo rebelado.

Hubo un juicio por el asesinato de Teresa, construido sobre la hipótesis del “exceso”. Es decir: reprimir estaba bien, pero se les fue un poquito la mano. Santiago Antigual, Leonardo Magallanes, Daniel Vece y Daniel Videla fueron los cuatro policías condenados por “abuso de armas”. Con una condena de dos años y medio de prisión en suspenso. No se supo quién la mató, porque no se investigó. Y los cuatro policías volvieron a las filas de las fuerzas.

Algunes vecines de Plaza Huincul afirman que su muerte no fue esclarecida porque ella era pobre. FIN. Pero, además, porque los asesinos eran personas locales, esposos de maestras, hombres conocidos. Nuevamente, un fratricidio que generaba divisiones en el seno del pueblo y que dificultó la lucha conjunta por justicia. Como dice la revista Marcha: Teresa es símbolo de las oprimidas.11 Su vida, invaluable e infinita, no era sino una muestra de la clase trabajadora despojada durante décadas de neoliberalismo. Su cuerpo, que limpiaba casas ajenas para alimentar a sus hijes, no podía ir al corte porque, primero, tenía que garantizar la comida y el cuidado. Muy lejanas parecían las aspiraciones a ser trabajadora asalariada que, sin embargo, la encontraban mancomunada con la lucha de la clase trabajadora que era y es, mayormente, desocupada y subocupada. Complejidades no resueltas en la lucha popular, hasta hoy. En el relato de algunes pobladores, hay un recuerdo que relativiza su muerte al relativizar su vida. Una violencia simbólica que revictimiza, como nos han enseñado los feminismos: en lugar de denunciar su asesinato, discursos que hablan de cómo era su familia, quién era su pareja, si estaba o no estaba ese día en la lucha.

El movimiento piquetero y las organizaciones sociales, sin embargo, no permitieron que su nombre se lave con el tiempo. Un puente, en Plaza Huincul, también la recuerda. Sus familiares, sin embargo, reclaman memoria y justicia, bastante solos recordando a Teresa y su cuerpo, sus gustos, sus bailes; y no solo lo que Teresa simboliza. Esa parte carnal de la muerte, que se extraña en la voz y en el abrazo.

¿Cómo no recordar a Teresa, en clave feminista y clasista, preguntándonos por los modos patriarcales de construir memoria y lucha? ¿Cómo no pensar, también, en Omar Carrasco y atrevernos a relacionar su muerte con su religiosidad y su sensibilidad como formas no hegemónicas de ser hombre? Petroleros, ypefianos, amas de casa, trabajadoras domésticas en casas ajenas, cuerpos feminizados en actividades de comercio sexual. Para toda la clase: la represión y el yugo. Para todes, la modalización de nuestros cuerpos. Para algunes, la memoria. Para otres, no tanto.

Teresa murió por la represión. La violencia estatal nos propone que seamos espectadoras de la masacre, que la miremos por TV o desde la ventana, que seamos cómplices de la política como espectáculo. Teresa murió, mujer y humilde, por la bala de la policía. Y nos mostró que no hay afuera de la violencia neoliberal.

Así lo entienden, también, su madre y padre, que marcharon por Carlos Fuentealba algunos años después y que levantan la foto de Teresa con orgullo y dolor.

Los resultados de las puebladas se lavaron con el tiempo. Les neuquines que lucharon en los noventa no siguen con ese fuego en el pecho, que les hacía invencibles en el 96-97. Pero, sin dudas, les jóvenes y niñes fueron encendides. Así lo cuentan elles. Aprendiendo con sus madres, padres y vecines sobre la lucha y la clase. Estamos viendo, todavía, sus/nuestras rebeliones por-venir.

¿Dónde se construyen las rebeliones en este país colonial?

Les elefantes

Tres irrupciones llenaron de cámaras la estepa neuquina en los noventa y pusieron a esas tierras en el centro de la escena nacional: uno, el asesinato de Omar Carrasco, su ocultamiento y desaparición, su aparición y el reclamo de sus familiares y vecines por una justicia que, como siempre, resulta insuficiente. Una muerte, inconmensurable como todas, que liberó a las generaciones posteriores de la colimba y que hizo audibles las violencias que se vivieron durante un siglo en los cuarteles.

Dos, los levantamientos en Plaza Huincul y Cutral Có en 1996, las llamadas “puebladas” que parieron al movimiento piquetero, invasión de vecines, familias, desocupades que se encendieron frente al olvido que el neoliberalismo quería imponer. El petróleo seguía saliendo de esa tierra arrasada, pero el nuevo orden mundial y el capital extractivo trasnacional llamaba para otras formas de funcionar. Un año después, en la segunda pueblada, el asesinato de Teresa Rodríguez en manos de la represión policial. Un tercer evento que conmovió los marcos de interpretación del menemismo y su brillo de farándula inocente.

Por supuesto, no terminaría ahí. En 2007, fusilaron al maestro Fuentealba, en un contexto de luchas docentes que encontraban de nuevo la ruta neuquina con olor a gomas quemadas.

En este 2021, la lucha de les trabajadores autoconvocades volvió a mostrar la tenacidad de les neuquines, en sus 20 cortes de ruta simultáneos en marzo y abril de este año. En tiempos de pandemia, les trabajadores de la salud salieron a gritar que el cuidado del pueblo pende de finos hilos de precarización laboral y explotación. Volvieron a dar cátedra de autonomismo, de una lucha sin cuartel y sin burocracias sindicales.

Un dirigente de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), Carlos Quintriqueo, dijo que eran como un elefante: sin forma, porque no tenían dirigentes que les representaran.12 Elles respondieron celebrando su carácter de elefantes, transformando aquel mote en símbolo de lucha: elefantes, con ideas tan grandes como sus cuerpos. Desde una perspectiva feminista, sostuvieron que su lucha implicaba: “Reconocer pertenencias, nombrar los cuidados en tanto trabajo y rebelarse al status quo que intenta disciplinar la participación”.13 ¿Dónde se construyen las rebeliones en este país colonial? ¿Cuántas veces y con qué contundencia se levantó y se levanta Neuquén? ¿Cómo explicar que esos lugares, tan lejos de los puertos y los centralismos argentos, tienen tanta historia que contar, tanta que este informe nos quedó muy corto? ¿Dónde están los caudillos, dónde los pueblos ignorantes y mansos que denuncian las “avanzadas” cacerolas de teflón?

Rocío es parte de una organización rural, de pequeñes productores y campesines.

Tania repite que no hay forma de cambiar nada si no es con otres y desde abajo.

Cosas que aprendimos al calor de la rebelión neuquina y su resistencia al despojo neoliberal.

La docente y antropóloga Magdalena Camejo lo dijo así: “Les elefantes se balancean en manada sobre esas telas-tramas-tejidos en pedagógica resistencia”. Que no dejen de tejer en estos tiempos de aislamiento y saqueo sostenido.


1 Solari, Mirtha Norma (2016). «Pantaleón Segundo Campos y Carmen Funes, el casamiento.». Murmullos de pasión: Carmen Funes-la Pasto verde, una marca indeleble en nuestro suelo. Artegraf. p. 192
2 Melisa Cabrapan Duarte, doctora en Antropología, becaria del CONICET y referente de los pueblos mapuche, ha investigado con detalle el comercio sexual en la Patagonia y, en particular, en la comarca petrolera. Ver, por ejemplo, para el caso de Plaza Huincul: “Comercio sexual en contextos extractivos: La ‘casita de chapa’ de YPF y la prostitución reglamentada”.
3 https://www.lmneuquen.com/me-da-bronca-seguir-siendo-condenado-n49842
4 Rolando Silla (2017). LA MALDICIÓN DE ZAPALA. MÚLTIPLES AGENCIAS Y TEMPORALIDADES EN UN CONTINUO PROCESO DE INVASIÓN. Revista Andes. Vol 1. N°28. 2017.
5 Silla, Rolando (1997). “La gracia de los débiles. Un análisis del poder sobrenatural del soldado Carrasco como una concepción nativa de la justicia”. P. 7.
6 Centro de Estudios Legales y Sociales. Conscriptos detenidos-desaparecidos. Buenos Aires, CELS, 1982. José Luis D’Andrea Morh. El escuadrón perdido. Buenos Aires, Planeta, 1998.
7 Orietta Favaro y Maria Susana Palacios (2008). “Desafíos e incertidumbres de Cutral Có y Plaza Huincul (Argentina) después de la privatización de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) b Universidad Nacional del Comahue (Argentina)” P. 143-144).
8 https://www.youtube.com/watch?v=vSJQ2tfDFWY&ab_channel=FarandulaShow
9 (Boletín Oficial, "Que mediante la Resolución N° RESOL-2019-598-APN#MSG se creó el SERVICIO CÍVICO VOLUNTARIO EN VALORES, estableciendo que el mismo funcionará como un ámbito de cohesión e integración social, dirigido a jóvenes de DIECISÉIS (16) a VEINTE (20) años de edad que se inscriban voluntariamente (art. 1°).")
10 https://www.argentina.gob.ar/noticias/resultados-del-primer-curso-del-servicio-civico-voluntario-en-valores
11 https://www.marcha.org.ar/teresa-rodriguez-20-anos/
12 https://www.rionegro.com.ar/porque-los-autoconvocados-de-salud-de-neuquen-eligieron-un-elefante-como-simbolo-de-protesta-1759841/
13 https://www.anred.org/2021/04/19/pensar-en-elefante/
Mapa: Artese, Matías (2009): La construcción de representaciones sociales en torno protestas social y a la represión institucional

MEMORIA EN NEUQUÉN (1994-1997)

OLOR A GOMA QUEMADA

Crónicas de la violencia neoliberal y las
resistencias de la comarca petrolera
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